EL DÍA QUE DEJAMOS MORIR LA HISTORIA

El día que dejamos morir la historia

Lecciones del Covid

The day the music died

Don McLean

American Pie

Estamos dejando morir la Historia. El grupo que más ha muerto hasta ahora durante la pandemia es el de los ancianos, y se han llevado con ellos las vivencias de su generación. Uno de cada cuatro muertos por el Covid en España vivía en un geriátrico (1), y no pudieron ser cuidados en el hospital.

Los trabajadores sanitarios de estos geriátricos afirman que cuando llamaban al hospital para trasladar residentes muy graves les decían: “No se os ocurra mandarnos a gente tan anciana y con patologías previas”. Este mensaje, que figuraba en algunos protocolos que enviaban las conserjerías, se repetía y se discutía en los hospitales (2).

Pero ¿no teníamos una sanidad universal?

Parece que no. Ni para los ancianos (¿a qué edad se deja de tener derechos?), ni para personas con patologías previas (aunque el 45% de los españoles de más de 16 años padece una enfermedad crónica) (3).

Esto es la necropolítica del neoliberalismo: dejar morir a los que no son útiles porque ni producen ni consumen. Y durante la pandemia hemos visto casos de discriminación por edad (4).

No solo se ha dejado morir a personas que, como todos, tenían derecho a la vida, también tenían hijos y nietos que los querían. Pero se los ha dejado morir solos, sin que hubiera suficientes trabajadores sanitarios para acompañarlos, ni tampoco suficiente material de protección, ni imaginación para buscar maneras de tener más contacto con sus familiares. En los geriátricos (la mayoría privatizados) no ha habido la atención de las administraciones para que fueran lugares en los que los ancianos encontrasen sitio y sentido en su última etapa. Y algunos de esos muertos no eran retirados de sus habitaciones que compartían con alguien vivo. La Unidad Militar de Emergencias y los bomberos que se ocupaban de la desinfección de los geriátricos se encontraban con cadáveres de ancianos en las residencias y, en alguna ocasión también, con empleados muertos. “¿Dónde están las autoridades?”, se preguntaba la directora de un geriátrico en Madrid (BBC News, 25 de marzo de 2020).

Todas estas muertes, los ancianos las vivieron en soledad. Eso es una tragedia humana, como lo es también el forzar a los profesionales sanitarios a trabajar en condiciones inhumanas (horarios interminables, falta de equipos de protección, escasez de personal, etc.).

Y con los ancianos hemos dejado morir la Historia. Esos ancianos, que para algunos suponían un estorbo, eran las últimas personas que vivieron la Guerra Civil y la posguerra. Eran niños o adolescentes durante la guerra, y con ellos se han ido las historias que hacen la Historia. Hemos enterrado las experiencias y las emociones que les costaba tanto compartir y sobre las cuales nosotros no preguntamos. En realidad, hemos dejado morir parte de nosotros mismos, la parte que determina mucho quién y cómo somos.

Como dicen los expertos en transmisión transgeneracional (Vamik Volkan, Davoine y Gaudillière y otros) (5, 6), si no somos conscientes, si no elaboramos ni hablamos del impacto psicológico que tuvo esa violencia sobre nuestros padres, abuelos y bisabuelos, no podremos entender nuestro dolor emocional, nuestras fobias, miedos, rabia, repeticiones dañinas, polarizaciones y otras dificultades emocionales.

Estos expertos explican que los efectos emocionales de la violencia política se transmiten de una generación a la próxima por comportamientos inconscientes, por emociones sin palabras, por palabras sin emociones, por las “reglas de juego” en cada familia, y por complicidades y divisiones que se dan por hecho.

Si tuviéramos, verbal y emocionalmente, las historias de la familia, nos ayudaría a proporcionarnos una sensación de identidad y una narrativa a la que asirnos, añadir y pasar a la próxima generación.

Gerrad Fromm (Lost Transmission)

A los ancianos muertos por el Covid, hay que añadir los más de 100.000 abuelos y abuelas desaparecidos, asesinados por la violencia política (muy mayoritariamente franquista), sin enterrar o en fosas comunes sin abrir o en cunetas. Ahora, a los últimos que sobrevivieron a esa violencia política, se los ha dejado morir en geriátricos y no se les puede hacer un funeral, esta vez porque la pandemia exige que no se junten más de diez personas.

Para nuestra salud mental necesitamos hacer una despedida colectiva de los ancianos muertos ahora y de los que fueron asesinados por la violencia política del siglo pasado (7). Un acto colectivo así ayuda a comenzar a elaborar el duelo que tanto nos ayudaría a ‘curar’ el pasado que, sin darnos cuenta, sigue en nuestro inconsciente.

Nuestros abuelos que vivieron la guerra civil y la posguerra no pudieron contar ni elaborar su dolor porque murieron o quedaron demasiado traumatizados para contar sus vivencias y emociones.

Nuestros padres fueron criados por padres traumatizados de los que aprendieron a mantener el silencio sobre su dolor emocional y no les fue posible elaborar el duelo de lo perdido y del sufrimiento que vieron en sus padres. Nuestros padres crecieron con el silencio sobre lo ocurrido, silencios que llevan a disfunciones en la familia (8).

Pero nunca es tarde para hacer el duelo y nos toca a nosotros hacer un duelo doble: por los que han muerto ahora por el Covid y por los que murieron por la violencia política del siglo XX. Y urge hacer estos duelos especialmente ahora porque, con la pandemia, a todos se nos están removiendo emociones muy profundas.

Mas ¿cómo hacer el duelo transgeneracional? Se puede dibujar un árbol sencillo de la familia de uno (tu generación: tus abuelos, tíos abuelos, padres, tíos, hermanos y primos). Es más eficaz si se realiza en colaboración con algún hermano o primo. Después, observando el árbol, hablar de:

Acontecimientos y contextos vitales que han marcado a los miembros de la familia y generaciones precedentes.

Prohibiciones, obligaciones, códigos y permisos que existen en la familia. Cómo han evolucionado a través de las generaciones y qué intención existe en ellos.

La represión e injusticias vividas y sus efectos en los diferentes miembros de la familia.

Emociones, comportamientos de las personas idealizadas y de las personas mal vistas por la familia.

Las dinámicas familiares: coaliciones, alianzas y conflictos dentro de la familia.

Las identificaciones y sustituciones que se hacen a partir de parecidos con personas vivas, muertas o desaparecidas.

La repetición de acontecimientos, dinámicas y comportamientos. La repetición de acontecimientos similares en una misma fecha (9).

Necesitamos rescatar lo perdido ahora y lo del siglo pasado. Tenemos que honrar a los muertos y sus historias, que son las que nosotros llevamos en nuestro inconsciente. Necesitamos hacerlo por ellos y también por nosotros.

Habrá una gran presión para olvidar esta primavera y volver a las viejas maneras de vivir. Pero intentar olvidar algo tan grande no funciona. Nos acordaremos de esto aun si hacemos como si no nos acordáramos. La historia está pasando ahora y habrá ocurrido.

Kim Stanley Robinson (The Coronavirus is Rewriting Our Imaginations, The New Yorker, 1 de mayo 2020).

 

Clara Valverde Gefaell

Hinojosa del Campo

 

Clara Valverde es autora de Desenterrar las palabras. Transmisión generacional del trauma de la violencia política del siglo XX en el Estado español. Icaria Editorial. Barcelona 2014.

Notas

  1. El Español, 1 de abril 2020
  2. La Sexta Noticias, 4 de junio 2020
  3. cronicos.es
  4. El País, 27 de junio 2020
  5. Volkan, V. (2000). Traumatized societies and psychological care: Expanding the concept of preventive medicine. Mind and Human Interaction, vol. II.
  6. Davoine, F., Gaudillière, J.F. (2012). Historia y Trauma: La locura de las guerras. Fondo de Cultura Económica.
  7. Le Goff, J.F. (2002). L’enfant parent de ses parents-parentificacion et thérapie familial. Editions L’Harmattan, París.
  8. Davoine y Gaudillière, ibid.
  9. Valverde, C. (2014). Desenterrar las palabras. Transmisión generacional del trauma de la violencia política del siglo XX en el Estado español. Icaria Editorial, Barcelona.
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